24 agosto 2008

Mórdor - El Olimpo; El Olimpo - Mórdor.

Inmerso en un mar de confusión me siento en mi escritorio (en realidad es el de Fernando, pero quedaría medio chungaleta, ¿no? "Inmerso en un mar de confusión me siento en el escritorio de Fernando para"...) para narrarles un episodio más de mi tumultuosa existencia. Se preguntarán a que se debe esta confusión... ¡¡¡¡¡¿ a que sí curiosoooones?!!!!! Pues se debe simple y llanamente a que el retornar de Tenerife a Edimburgo, después del verano, no es moco de pavo. Dicho así suena comprensible. Es fácil imaginar que pueda resultar duro y, o producir pesar el dejar un lugar en el que el sol brilla casi todos los días, un lugar que atrae a los turistas, para ir a otro lugar donde el turista es el sol, que viene de visita de vez en cuando y que se pierde entre la población local de nubes a menudo. Pero es que este verano no ha sido un verano cualquiera. Este ha sido un verano extrañamente especial. Y lo extraño es que, aún habiendo tenido maravillosos veranos anteriormente, éste se me antoja extraordinariamente olímpico. Nada tiene esto que ver con Pekín o con el deporte. Cuando digo olímpico me refiero al Olimpo de los dioses griegos a donde ascendían los héroes mitológicos. Todo comenzó aquí mismo, en Edimburgo. La selección española de fútbol ganaba la eurocopa y yo me abrazaba a Mari, la única española que había junto a mí en aquel bar. Todos estaban de viaje en alguna parte, y el mariconazo de Fernando estaba de viaje en Viena viendo la final (aún recuerdo el mensaje en el buzón de voz: "Migue, soy yo Fer, que era para desearte un buen verano y que lo pases muy bien en Tenerife con la familia... que yo me voy hoy pa' Madrid y de allí para Viena pa' ver la final... ya te contaré. Cuídate. Un abrazo." Cabrooooooooooooooooooonaaaaaaaaaazooooooooooooooooooooo). Como Mari no tenía muchas ganas de salir intenté convencer a François, un amigo franchute que también vio el partido con nosotros, pero le acompañé a su casa, cenamos y ya no quisó salir. Con semejante panorama, tuve que armarme de valor y salir yo solo... ya ven... ¡¡¡¡así de duro me he vuelto!!!! hihihihihihihi Pues dicho y hecho... me eché a la calle y me dirigí a un "pub" donde sabía a ciencia cierta que habría 22.345 españoles celebrando el acontecimiento. Una vez estuve en el bareto, tardé menos de dos minutos en encontrarme al primer conocido... y luego otro y otro y... muchos desconocidos, pero daba igual. Saltábamos y gritábamos todos juntos. Australianos, portugueses, escoceses... todos juntos bailando "Paquito el Chocolatero" y demás éxitos nacionales españoles, incluido el "Güíar de Champion Mai Fren". Hubo mucho jolgorio y "buen rollito", hubo pintas de cerveza y algún chupito, pero señores, ¡¡¡de lo que no cabe duda es de que hubo una gallega que me puso palote!!! ¡¡¡¡¡¡O lo decía o reventaba!!!!!!! Bueno... prosigo. Al día siguiente la resaca se tornaba dulce y agradable con el hacer el equipaje. Que si el cepillo de dientes, que si las cholas, que si unos clazoncillos monos... Y casi sin darme cuenta me había subido al avión que me llevaría hasta Madrid. Los primeros maravillosos días en España y olé coincidieron con mis primeros días en España y olé. Esto es, días de relax en casa de mi hermano y mi cuñada con mi sobrina. Poco después nos uniríamos a mis tíos y mi sobrino para ir al parque de la Warner. Montañas rusas, caida libre, chirimbolos que te dejan patas abajo y te menean pa' un lado y pal'otro, chismes que te sacuden y te dan vueltas... ¡¡¡¡una cooooosaaaaaaa!!!! ¡Disfrutamos más mi hermano y yo que mi sobrino! Y también pude disfrutar de los manjares culinarios que desde entonces hasta que tuviera que tornar a Mórdor, me delietaron cual ambrosía de chocolate Tirma. Despedí a mis tíos y me dirigí al encuentro de mi buena amiga Begoñuza. Ella siempre me saca por los madriles, y curiosamente, no sé cómo tomármelo, me suele llevar a Chueca. Pero es que la verdad es que siempre que vamos lo pasamos genial. Este año me pase de jueves a sabado por allí pululando (como una mariposilla). Estaba lleno de gente por aquello de que era el fin de semana del Orgullo Gay. Había desde travelos feos como garrapatas hasta lindas muchachas (que si que eran mujeeeeres), parejas de todo tipo y familias paseando. Había también señores bigotudos con atuendos de cuero, doncellas musculosas, mujeres de pelo en pecho y reinonas del carnaval. De hecho era un poco como carnaval pero con muchas más locas. Fueron tres días de gran goce... ¡y ya que estaba me operé las hemorroides! hihihihihihi (Que es que... ¡bien les gusta, cochinillos! Noooo, no me dieron por la culaaata). Aparte de con Begoñuza, además me reencontre con Eva, mi amiga hungaro-eslovaca. Dos noches pasé en su casa. Dos noches dormí en su cama, la cual me cedió muy cortésmente mientras ella dormía en el sofá del salón. Y de Madrid volví mi nave hacia el sur y me encaminé a Accitania. Allí me esperaba mi fiel amigo Juane, quien me alojara en su humilde morada. Juntos fuimos a Almería, donde su tío nos hospedo en su chalé con piscina. Mientras el bueno de Juane iba a la ciudad para hacer un curso en la universidad, yo reposaba o pasaba las horas dando volteretas y haciendo el pino en la piscina. Así pase cuatro duros días. ¡¡No lloren, muchachos, que pude escapar con vida!! hihihihihihihihihihihiihi Pero entre cabriola y cabriola me jodí la espalda bien jodida (que sé que esto les gusta máaaaas, ¡cabroncetes!). Así descubrí que no puedo tomar Nolotil (ya ves mamá, se me hincho el párpado ligeramente) También fui herido por una avispa, un terrible monstruo alado hymenoptero hijo de la gran puta, que me pico en la cara interior del muslamen. Maltrecho y con la ayuda de Juane El Fiel y algunos de sus amigos, marché a la ciudad en busca de ayuda de algún druida. ¡Y qué druidas, oigan! Ponían unas tapitas con las pócimas y brebajes que estaban pa' chuparse los dedos hasta la muñeca. Aquellas pociones nos hicieron entrar en trance... y en una discoteca. Juane y yo regresamos a Accitania, donde continué mi tratamiento. Muchos se nos unieron y a muchos hube de despedir cuando partí para Hispalis. Dianona sería mi anfitriona en está ciudad. Visité Itálica, antigua ciudad de emperadores, y bebí cañas para sofocar el sofoco. Pero el sol, que a tantos se les antojaba cruel por su fulgurar desmedido, a mí me acariciaba, relajándome y avivando el alma que Mórdor, con sus sombras, había subyugado violentamente. Vi tormentas de verano. Escalé pa' los lados. Dio mucho de sí mi periplo por las tierras del continente en España y olé. Pero llegó el día en que mi nave hubo de poner rumbo a mi isla, mi reino, mi Tenerifítaca. Un día que esperaba con sosiego pero con ansia. Era jueves cuando llegué y me reuní con mis amados padres. Y era jueves cuando me reuní con mis amigos. Y el jueves dejó de serlo y se hizo viernes en La Laguna, donde fuimos a parar Juanito Carlos El Bravo y el menda lerenda. Tras el viernes vino el sabado y luego el domingo... ¡Cosa curiosa! Y hay fragmentos de este relato que es mejor no mencionar (porque me van a dar las uvas) pero que quedarán en la memoria de los héroes, y serán transmitidos por la tradición popular. Fragmentos que hablan de playas paradisiacas, de carros sin rumbo conducidos por guerreros de la oscuridad, de manjares del mar y la tierra, de sopa marinera y de vino peleón... Pasaré ahora a narrar la más sobrecogedora aventura que me aconteció durante este viaje olímpico: En una nave tripulada por un puñado de gente, ¡¡¡que tenía hasta bareto el barco!!! (¡ya no es lo que era aaaantes con su trinquete y su velita y su palo mayor y su aqueeeello hombre...! )... pues en esa nave salí de puerto con mis eternos compañeros de fatiga, Juanito Carlos El Bravo y Jaimish El Implacable. Nos dirigíamos a la isla de Gran Canaxos al encuentro de seis hermosas jovenes. Y como ya habrán adivinado todos, ibamos que echabamos chispas. Al desembarcar nuestro carro en las costas de Gran Canaxos, los relinchos de nuestros caballos... ?¿?¿?...¡¡¡¡¡está bieeeeeeen!!!!! Al desembarcar el carro en las costas de Gran Canaxos, nuestros relinchos resonaban en los acantilados. Nuestros ojos inyectados en sem... sangre echaban fuego y las venas se nos marcaban por todiiiiiito el cuerpo. Las doncellas en cuestión tenían de veinte a veintitres años, con lo cual nos habíamos equipado con montones de halagos, píldoras para dorar y paciencia para soportar conejadas. Incluso llevábamos nuestras lanzas en alto por si había que luchar con algunos competidores (¡¡¡mal pensados!!! ¡¡¡Todo el rato igual!!!). Por fin llegamos a nuestro campamento. Allí dejamos nuestros bártulos y Jaimish El Implacable descansó. Pero Juanito Carlos y un servidor nos fuimos al encuentro de las codiciadas muchachas. Había trabajo que hacer y teníamos poco tiempo. Ahora bien, el por mí tan esperado momento de conocerlas había llegado. Nosotros ibamos hacia la playa y ellas volvían. Ellas, seis, volvían con sus bikinis. Ellas, las seis sirenas, volvían con sus preciosos cuerpos de ninfa a su morada. Poco a poco nos fueron hechizando... primero una de ellas, la más hermosa a mi juicio, cocinandonos arvejas, luego las otras paseando pa'quí y pa'llá con sus trapitos. Más tarde en la piscina de los apartamentos con sus cuerpitos de hada y sus pechitos dorados, con sus voces, con sus risas, con sus colchonetas mágicas... Y vino la noche y se vistieron de gala. Jaimish, que aún no había caido preso del encantamiento, se unió a nuestro vagar por las Llanuras Eliseanas al ver a las sirenas desfilar ante sus ojos. Cenamos (que el Jaimelonsi se curró una ensalada de pasta de padre y muy señor mío). Liras, arpas y flautines hermoseaban la velada. Los tres Guerreros habíamos quedado felizmente desarmados. Y salimos y recorrimos las calles junto a las sirenas. Y de las calles fuimos a las tabernas y bailamos. Los ojos de los tres solo veían a las seis. Así, esa noche acabo y dejamos a las sirenas en sus aposentos. Mis compañeros y yo nos fuimos a nuestro campamento. No quieran saber cómo ocurrió ni por qué, pero antes de que El Bravo se durmiera placidamente en una silla de la terraza, y de que Jaimish y yo nos pusieramos a ver el tenis por la tele, un ataque de locura transitoria me llevó a ponerme un tanga con lo de alante pa'trás, con looo de alante pa'tráaaaaaas y nada más. Al reconocerme yo mismo y mis amigos de aquella guisa, el ataque de locura se torno ataque de risa con lágrimas y mocos y revolcones por el suelo. Vino el día, nuestro último día en Gran Canaxos, y nos daban la patada en nuestro campamento. Entonces nos trasladamos a la morada de las sirenas. Cuando llegamos ellas aún dormían... pero a medida que se iban despertando y se paseaban por las estancias con sus trapitos de dormir, a El Implacable los latidos del corazón le iban inflamando el pecho. Pero mi pecho también se prendió fuego al comtemplar una vez más a La Princesa. La princesa de las sirenas que cocina arvejas, así se la podría describir. Con ellas fuimos a la playa a coger olas con las colchonetas mágicas. Hice una escultura de arena con ellas mientras me untaban arena por la espalda. Paseé por la orilla del mar con la Princesa y floté en su colchoneta sobre su regazo. El tiempo pasaba y nuestra nave zarparía pronto, pero el hechizo nos mantenía encadenados a la orilla del oceano. Finalmente, en un acto de gran valor, quizá la mayor de las proezas perpetradas jamás, los tres Guerreros abandonamos aquel universo más allá del universo para volver a Tenerifítaca. Las sirenas, que eran nativas de mi isla, pasaron los últimos días con nosotros antes de que yo partiera hacia Mórdor nuevamente. Primero cinco de ellas (una quedó en Gran Canaxos), luego cuatro, porque La Princesa tuvo que partir para la península. He de decir ahora que no fueron sólo sus encantos físicos los que nos embrujaron, pues eran sabias, dulces y amables. Con mis amigos de siempre también compartí mis últimos días... hasta que llegó el último. El definitivo. Y los vientos me empujaron sin remedio hasta Mórdor, donde ahora me encuentro. Creánme si les digo que aún oigo las voces de las sirenas, que aún las veo. Aún se me aparece entre sueños La Princesa. Porque aquellos que habiendo conocido Las Cadenas de Gran Canaxos consiguen escapar, siempre llevarán grilletes en su alma. ¿Quién querría cambiar los Campos Elíseos por Mórdor?

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