Algunos
se apartan de mí cuando voy por la calle. Y hacen bien. Me miran con
intuitiva desconfianza al ver en mi aspecto y mi sonrisa reticencias
que no desean explorar. No saben por qué, no lo razonan, pero su
instinto de borrego doméstico les advierte que no soy portadora de
ninguna virtud que pudiera agradarles. Y sin embargo sí soy una
virtuosa. Ya lo creo que lo soy. Una vez alguien me designó como
“oveja negra”. El pobre infeliz descubrió muy a su pesar que ni
blanca ni negra, ni churra ni merina. No soy oveja sino lobo. En su
afán por hacerme entrar en razón, me recordó que él me había
engendrado. Por eso le hice tragar sus reproductoras razones, para
que no volviese a engendrar nunca más a nadie como yo. Pero hay
algunos borregos que desoyen su balido interior. Esos son los que
luego, con sus gritos quejicosos, se transforman y ponen de
manifiesto la increíble cercanía genética que existe entre hombres
y cerdos. Para mí todos son lo mismo: corderos, cerdos, vacas...
Sólo me gusta escuchar a los que rezan el “padrenuestro”.
Desvergüenzas literarias de un aficionado a la vida y la bebida.
07 diciembre 2013
03 diciembre 2013
Silencio
La
llamaban Silencio. Se podría decir que sus movimientos eran de una
precisión matemática y que su margen de error era cero. Se
desplazaba con extremo sigilo. Pocas de sus víctimas llegaban jamás
a saber lo que les había ocurrido, y cuando esto no era así, no se
debía a una mera casualidad o a un burdo descuido, sino más bien a
las exigencias del guión. No era cruel, ni piadosa. Tan sólo
eficiente. Muchos de los pocos afortunados que la veían llegar
sentían tal alivio al saber que era ella, que de puro relax se
orinaban encima ante la certeza de que todo acabaría rápido. Al
menos eso era lo que a ella le gustaba pensar. Tampoco era dada a la
palabrería. La llamaban Silencio. Sólo hablaba cuando el cliente le
pedía que entregara un mensaje. En esas ocasiones se limitaba a
repetir palabra por palabra dicho mensaje, sólo una vez, ni más ni
menos, de lo contrario no había preguntas, ni explicaciones, ni
mucho menos respuestas, sólo muerte silenciosa.
01 diciembre 2013
Humanoidad
Ahora
sabemos que aquello a lo que llamamos vida no es más que una mera
casualidad en un inmenso caos de casualidades, un estado transitorio
de la materia durante el cual ésta adquiere características
orgánicas. Nada más. Por eso, volviendo la vista millones de años
atrás, cuando lo orgánico y lo inorgánico aún no se habían
combinado, resulta increíble que la humanoidad fuese
puramente orgánica. No existía la vida mixta y por lo tanto,
nosotros los tecnorganismos tampoco. Las cosas han cambiado
mucho desde que, en planetas como La Tierra, Pliridio o
Murguro, los primeros y más rudimentarios tecnorganismos
salieran de quirófanos de hospital con sus marcapasos recién
instalados. Aquellos humanoides estaban aún por descubrir la
nanotecnología y la biotecnología. En aquel tiempo se creía que
los productos que ellos mismos creaban, tales como sus casas, sus
vehículos o sus bolsas de plástico no formaban parte de la
naturaleza. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, y sin
embargo todavía seguimos cartografiando los, hasta hoy, trece
universos conocidos; sus galaxias y estrellas; sus sistemas
planetarios y su geografía; sus satélites e infinidad de rutas
interplanetarias e interestelares. Los científicos continúan
descubriendo especies y creando nuevos taxones. Siete de las especies
humanoides existentes ya nos hemos encontrado y mezclado, pero
todavía seguimos buscando otras. Doce especies inteligentes nos
hemos conocido a lo largo y ancho de los universos, pero no dudamos
de que pueda haber más. Muchas cosas han cambiado desde aquellos
primeros proto-tecnorganismos, pero
no la ciencia y su incansable búsqueda de respuestas, caminos y
soluciones. Ahora bien, siendo así, tampoco hemos conseguido
erradicar la guerra de la naturaleza humanoide.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)