La
llamaban Silencio. Se podría decir que sus movimientos eran de una
precisión matemática y que su margen de error era cero. Se
desplazaba con extremo sigilo. Pocas de sus víctimas llegaban jamás
a saber lo que les había ocurrido, y cuando esto no era así, no se
debía a una mera casualidad o a un burdo descuido, sino más bien a
las exigencias del guión. No era cruel, ni piadosa. Tan sólo
eficiente. Muchos de los pocos afortunados que la veían llegar
sentían tal alivio al saber que era ella, que de puro relax se
orinaban encima ante la certeza de que todo acabaría rápido. Al
menos eso era lo que a ella le gustaba pensar. Tampoco era dada a la
palabrería. La llamaban Silencio. Sólo hablaba cuando el cliente le
pedía que entregara un mensaje. En esas ocasiones se limitaba a
repetir palabra por palabra dicho mensaje, sólo una vez, ni más ni
menos, de lo contrario no había preguntas, ni explicaciones, ni
mucho menos respuestas, sólo muerte silenciosa.
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