16 diciembre 2015

El Reloj Dorado


No son horas de pasear por el canal, pero paseamos.
Nos son horas de querernos, pero nos queremos.
Repasando las fotos en blanco y negro que sacó la luna, busco tu reloj dorado.
Analizo cada imagen con detenimiento, pero no lo encuentro.
Vuelvo al canal, vuelvo a aquella noche, a su luz de Cine Negro.
Veo insectos que vuelan sobre el agua, incluso oigo en el silencio el rumor de las hojas y la voz del río, pero por más que me esfuerzo, no encuentro tu reloj.
Me dices que me vas a llevar a un rincón secreto, hermoso, un pequeño jardín que se encuentra más allá...
Yo te sigo, imaginando ese hermoso rincón tuyo, pero a cada paso te detengo para flotar en tus ojos; estático en el tiempo, desnudo en tus pupilas.
“¡Que no venga el día a cambiarlo todo con su arrepentimiento!”, pienso.
“¡Que no haya más camino hacia el hogar que atravesar la noche por el canal!”.
Ahora sé que si te marchas la ciudad no cambiará de nombre.
Mirando las fotos que sacó la luna por fin comienzo a comprender:
No son horas de querernos, ni son horas de pasear por el canal.
Tan sólo estamos parados con el tiempo en tu reloj dorado; perdidos bajo la luna del canal entre las nieblas del recuerdo.
Se pasó el instante que nunca llegó.
Se perdió para siempre tu reloj; se quedó marcando la hora exacta que no ha de repetirse, en aquel lugar más allá, con sus agujas clavadas en la roca del pasado.


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