25 noviembre 2014

Una visita inesperada

 
Algo o alguien se arrastraba detrás de la puerta. Si alguien me hubiese jurado mil veces por su vida lo que allí encontraría, mil veces le habría dejado morir. Tembloroso, giré el pomo y de un tirón abrí de par en par. Un grito se ahogó en mi garganta. Durante unos segundos mi cuerpo dejó de pertenecerme. El horror se había apropiado de él. Un chimpancé se erguía frente a mí, los brazos rotos colgándole inertes a cada costado, piel y músculo hechos jirones; del abdomen, la sangre le manaba por un enorme agujero por el que también asomaban las tripas. El animal me miraba a los ojos como pidiéndome algo. -Piedad-, pensé. Con rápida torpeza busqué mi machete de desbrozar. Jamás lo había sentido tan pesado como al levantarlo en aquel momento, frente a mi inesperado visitante. Descargué un golpe sin fuerza ni convicción y hendí el cráneo. Fallé. Sus ojos me preguntaron por qué. Otro tajo en horizontal seccionó la cabeza.


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