Madrid
ebulle con efervescencia urbana: tráfico, cine, arte, bares, drogas,
parques, aves… El tiempo da para mucho y no da para nada, y aunque
la vida puede burbujear monótona y las hormigas son hormigas, como
en cualquier sitio, todo es nuevo aquí: un nuevo atasco; una nueva
película; un nuevo museo; una nueva noche por las calles y los
bares; un nuevo despertar con las aves en un parque. Todo aquello que
se pueda imaginar ocurre. Como en todas partes, las hormigas
madrileñas acarrean sus miguitas, los ciscos que se encuentran,
insectos desmembrados y demás cosas pequeñas, como todas las
hormigas. Porque al fin y al cabo, las hormigas de Madrid trabajan
sin cesar, como en todas partes. Las hay en los coches, en los cines,
los teatros, las tabernas, en los parques y en los barrios; y las
aves se las comen, como en todos lados. Sin embargo, nada se repite,
el tiempo da para mucho y no da para nada y todo es nuevo. Así, la
vida se aferra a Madrid con ansia de ser vivida y cada día
transcurre con avidez de trascender. Porque todo ocurre por primera
vez aquí, incluso lo inimaginable, y hasta el retozar de un viejo
sentimiento es nuevo en Madrid, como en todas partes.