Sentado
frente al ordenador, la cama queda a mi espalda ligeramente a la derecha, junto
a la ventana. La bombilla cuelga del techo y el aire que entra por la ventana
la mece como a un ahorcado junto con las sombras que me anegan. Una mariposa
nocturna acaba de colarse por la ventana y flota alrededor de la bombilla. El
olor de tu ausencia se extiende por toda la habitación desde tu almohada inerte
y muda. La miro y te oigo respirar, te veo plácida por un instante, hermosa y frágil.
Al momento siguiente sólo el aire que entra por la ventana suena en mis oídos y
la cama está yerma. ¡Curioso! Hace apenas unas horas la misma cama estaba
poblada por funambulescas siluetas. Esta noche me abandonaré sobre ella, sobre
el abandono mismo de las arrugas en las sábanas, sobre el recuerdo de noches
soleadas y días que regaban mi alma que comienza a secarse sin ti. Esta noche voy
a hundirme entre felices visiones de tus manos, tu pelo, tu espalda, tus ojos,
tus pies, tus orejas y la piel que baja desde ellas por el cuello hasta tus
clavículas. Tú. Tus hombros, tus senos, tus nalgas, tu boca, tu nuca, tus uñas en
mi espalda y tus pestañas. Tus pestañas son como las alas de esa mariposa que
da vueltas y choca contra la bombilla. La miro y pienso en la manera en que tú revoloteas
dentro de mí. Sonrío. ¿Será un hada? ¿Lo eres tú? Me he quedado un buen rato
mirándola y ha ido a posarse en tu almohada. Ha estado allí unos minutos.
Caminaba y parecía libar algo. Luego se ha ido volando por la ventana igual que
entró. Sonrío. Ondo lo egin, tximeleta.