05 febrero 2009

El Pozo de los Secretos.

Benjamín nunca fue un hombre introvertido, pero tampoco se le podría considerar el más dicharachero del mundo. A sus treinta y tres años había acumulado muchas experiencias e innumerables secretos. El primer secreto que recordaba haber guardado, fue el de aquellas mañanas antes de ir al colegio, cuando su madre le preparaba tostadas y leche para desayunar. Era demasiado temprano para que su pequeño estómago tolerase aquellas rebanadas de pan de molde con mantequilla, así que Benjamín cogió la costumbre de lanzarlas por la ventana como platillos que caían al parque. Para él, aquello era todo un acontecimiento: de destreza y potencia para ver cuan lejos llegarían y de estética, si las contemplaba planear mientras giraban en su vuelo hacia el parque. Éste y otros secretos los guardaba por propia conveniencia, si bien es cierto que a diferencia de otros, éste dejó de ser secreto al cabo de pocos años.

Y así los años fueron desvelando muchas otras travesuras infantiles: balonazos y ventanas rotas, miradas furtivas bajo las faldas de las niñas, animales torturados, pequeños hurtos... Pero estos secretos livianos dejaron paso a nuevos secretos más serios. Quién sabe por qué extraña razón Benjamín absorbía las confidencias ajenas de aquella manera! Tal vez fuese lealtad lo que le empujaba a callar de aquel modo, quizás indiferencia. Como un agujero negro engullían sus oídos y no encontraban las palabras salida por su boca. Esto era así, hasta el punto de que algunos, contándole nimias pretensiones disfrazadas de secreto, vieron como sus planes se iban al traste y tenían que buscar otros métodos para hacer llegar recados a terceros.

A sus treinta y tres años, Benjamín había acumulado ya infinidad de silencio. Nadie sabe por qué. Por el motivo que fuera! Callaba. Quién sabe qué secreto le condujo a arrojarse al fondo de aquel pozo! ...Nadie le escuchó.

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