18 octubre 2014

Cosas incompletas que son un todo

 
Un tornillo al que abrazar. Sólo eso deseaba la tuerca. Cada día y cada noche se vestía con sus más hermosos trajes de reflejos y destellos. Ahora de sol, ahora de luna y estrellas, la tuerca no cejaba en su empeño de brillar. Un tornillo al que abrazar y que llenara aquella espiral de vacío que la angustiaba. No era mucho pedir... Plateada y hexagonal, con sus suaves lados vestidos de luz, esperaba la tuerca a la herrumbre.

El pequeño bote marrón conservaba en su interior el olor dulce y algunos restos olvidados del cacao que una vez lo llenara por completo. Restos desechados que un dedo no atinó a rebañar. El olor dulce de un recuerdo. El pequeño bote marrón echaba de menos el calor de unos labios, la promesa de un beso que levemente licuara el cacao que le quedaba y se llevara para siempre aquel dolor; aquel olor.

A la piedra partida le dolían las aristas por las noches. Recordaba su forma esferoide y sentía en el aire el miembro fantasma del mutilado. Antaño se había cubierto de blanquecino mineral, sonriendo despreocupada a los embates del tiempo y las olas bajo el cielo. Ahora, dos lados planos que confluían en ángulo recto, dejaban expuesto su negro interior. La piedra partida pasaba los días evocando redondeces de juventud. La noche cristalizaba su melancolía.

Ni gas ni chispa le quedaba al mechero gastado; sólo la memoria del humo y del fuego. En su carcasa blanca, escrito con letras rojas se podía leer: “VIVIR AL MÁXIMO”. Al pensar en ello sonreía. Fueron innumerables las juergas, siempre dando lumbre hasta la incandescencia. Pero aquella llama se había extinguido para siempre y los amigos se esfumaron tras el humo. Para el mechero gastado los inviernos eran fríos; los veranos añoranzas.

La botella de agua vacía se secó por darlo todo. Cada buche por calmar sedes ajenas. En cada gota de agua una parte de ella. Por ser transparente como era, algunos se aprovecharon, y de aguadora pasó a sedienta. Por eso, cuando llovía lloraba. Mucho tiempo probó a llenarse con güisqui, pero las resacas la dejaban más seca y más vacía. Y fue así que un buen día decidió llenarse otra vez de agua hasta rebosar. Y fue así que se secó de nuevo.



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