Y así los años fueron desvelando muchas otras travesuras infantiles: balonazos y ventanas rotas, miradas furtivas bajo las faldas de las niñas, animales torturados, pequeños hurtos... Pero estos secretos livianos dejaron paso a nuevos secretos más serios. Quién sabe por qué extraña razón Benjamín absorbía las confidencias ajenas de aquella manera! Tal vez fuese lealtad lo que le empujaba a callar de aquel modo, quizás indiferencia. Como un agujero negro engullían sus oídos y no encontraban las palabras salida por su boca. Esto era así, hasta el punto de que algunos, contándole nimias pretensiones disfrazadas de secreto, vieron como sus planes se iban al traste y tenían que buscar otros métodos para hacer llegar recados a terceros.
A sus treinta y tres años, Benjamín había acumulado ya infinidad de silencio. Nadie sabe por qué. Por el motivo que fuera! Callaba. Quién sabe qué secreto le condujo a arrojarse al fondo de aquel pozo! ...Nadie le escuchó.