25 noviembre 2013

La Sala de Vapor


La Sala de Vapor estaba guardada por autómatas armados cuya capacidad discernidora se había simplificado acuradamente. Los criterios que se habían establecido para determinar sus pautas de comportamiento eran, a grandes rasgos, fáciles de resumir: quien no era amigo, era enemigo y debía ser aniquilado a cualquier coste. Los autómatas eran mucho más fiables que la mayoría de humanos en la mayoría de cometidos cuando se quería evitar todo tipo de cuestionamiento. Pero si en algún campo destacaban, ese era sin duda el de la Violencia Controlada, comúnmente denominado V.C., o como muchos de sus detractores preferían llamarlo, Control de la Violencia. Por aquellos tiempos el número de autómatas en el mundo rondaba ya los dos tercios de la población humana. Eran pocas las cosas en las que no podían sustituir el cerebro orgánico de las personas. Así, La Sala de Vapor y sus alrededores eran frecuentados por muy pocos humanos y por muchos autómatas, la mitad de ellos de defensa. Ni siquiera los propietarios del complejo, los sustentadores del poder, iban a menudo por allí. Ellos no eran ingenieros ni mecánicos que debieran pasar muchas horas trabajando en aquellas instalaciones, tan sólo mercaderes y dueños de todo, incluso de lo que no les pertenecía.

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