¡¿Los
Jíbaros?! ¡No
me hables de los Jíbaros! Se
necesita una buena cabeza para llenar un sombrero. O eso o un conejo,
como hacen los prestidigitadores. Pero siempre he sido de la opinión
de que es mejor una cabeza, porque aprovecha mucho mejor el espacio
creado y no esparce sus heces por el interior. (Te recomiendo que no
comentes esto con el señor Conejo Blanco. Él siempre ha querido
usar sombrero, pero le falta cabeza. Lo perdería en seguida). De
cualquier modo es recomendable que la cabeza en cuestión no sea de
ajo, porque si bien el ajo posee gran variedad de propiedades
beneficiosas para el organismo, también es cierto que despide un
aberrante olor que impregna todo aquello que toca. Dicho esto, diré
algo más. No, no vale cualquier cabeza. Pongamos por caso una cabeza
hueca: aún pudiendo ocupar el mismo espacio que una cabeza maciza,
reduciría nuestro sombrero a un mero artefacto de proyección de
sombra y/o profiláctico invernal, con la consecuente minusvalía que
esto implica... Me refiero al sombrero, claro está. No me
malinterpretes, no deseo con esto menospreciar a las cabezas huecas,
pero sí poner de manifiesto la diferencia entre dimensión y
perspectiva. Me llaman loca por tener mis opiniones, pero ¿has
pensado tú en las tuyas? ¡Los
Jíbaros, niña! Me entristece pensar en cabezas pequeñitas sin
sombreros pequeñitos... ¡Niña!
¿Niña? Niña...
No hay comentarios:
Publicar un comentario